jueves, 16 de junio de 2016

Prólogo Cambalache: Aimée G. Bolaños

Una mujer en el umbral: María José Mures

Nunca de mi olfato tu perfume huye,
y nunca tu imagen de mis ojos huye.
Por ti noche y día muero de deseo.
El deseo sigue y la vida huye.

Rumi

                                                                                        

¡Qué dolor tan excelso, qué amor tan extraño! 
¡Qué placer tan intenso turbado en un aire bañado de luces! 


 Emilio Ballesteros

     La experiencia de leer la poesía de María José Mures abre a ricos sentidos inaugurales. Su defensa de la imaginación verbal hace de Cambalache una proclamación de fe amatoria, en la que dialogan el ser sensual y el espiritual. Estremecido, altamente emotivo y atravesado por no pocas dudas existenciales, el discurso es trasgresor. Placer y deseo se entretejen en un diseño, de aparente simplicidad, que muestra su eficacia estética en la sencillez asumida. De notable diversidad tonal, su poesía transita por enunciaciones diversas, a veces violenta, descarnada, sin miedo a decir, también tierna y sutil, intimista y entrecortada, tocando siempre los gestos del amor con una irradiación singular, la voz ya en el camino de ser única, personal.
  Peculiar testimonio de las horas del amor, de transida angustia e interrogación desgarrada es esta poesía que cada lector descubrirá a su manera, enlazando vivencias en el nexo comunicativo fuerte. Porque frente a la fuerza amatoria, testimonio humano de significación plural, no podemos quedar distantes, contemplativos. Como fuego poderoso, las palabras, sus poderes de corporización, evocatorios y sugerentes, nos envuelven en una lectura fogosa, participativa, entrañable, que toma partido por la libertad de los sentidos y la imaginación.
  La voluntad de explorar el imaginario de la pasión y el cuerpo, la idea del amor y sus prácticas rituales hacen que el poemario trace un itinerario, al parecer cronológico, pero en verdad entregado a la liturgia del presente perpetuo del acto amoroso que tiene lugar entre goce y dolor inmensos, acaso tropo del arte poético en su tensión creativa del ser/no ser, entre la retórica de la sobrenaturaleza y el silencio. Así son trazadas las rutas interiores y físicas, cimentadas en el cuerpo, cuya capacidad de sentir, saber e imaginar, la autora explora sistemáticamente con una voluntad cognoscitiva que identifica su poesía en el copioso mapeamento erótico del discurso femenino contemporáneo. Porque no se trata de la maestría tan difícil de alcanzar en un libro de iniciación, sino del flujo discursivo convincente, tal vez aún incompleto y perfectible, en su presencia natural, pero estético, conectado con la vida a diversos niveles de memoria y ficción que ofrece, y augura, una escritura presente, también por venir, de marcada autenticidad expresiva.
   De alguna manera, y subrayaría anticonvencional, el poema va a la búsqueda, y  construye, con iluminaciones efímeras y circunscritas, una utopía del amor posutópica, cuya persecución crea una imagen humanizadora alusiva a la fragilidad, fragmentación y descentramientos del sujeto poético. Deseo y placer son  localizados en el contexto de los amores difíciles. Los textos de modo performático realizan un juego dramático de realidad y posibilidad. En este juego de oposiciones, la carencia y los sueños, los ideales de realización y completamiento frente a la alienación y la soledad corren todos los riesgos en ceremonias secretas, ahora verbalizadas, de transfiguración erótica. Si algo hay evidente en este poemario es la sinceridad, hálito poderoso que confiere al discurso un estatuto de experiencia del ser a la búsqueda de significados constitutivos, desplegando el sujeto amante diversas y matizadas identidades sexuales, genéricas, cognoscitivas y ónticas.
  La poesía deviene una reflexión sobre ese ser anhelante perdiéndose y encontrándose en cada intento  que se constituye y deshace en el contacto tumultuoso y delicado con el otro, en el rico contrapunteo de identidad/alteridad. El sujeto poético asume con conturbada lucidez la vivencia amatoria precaria y transitoria, a la vez llena de sentido, vívida, más real que tanta realidad empírica, donde ya no hay paraísos imaginarios a conquistar, donde todo parece camino hollado y palabras vencidas por la costumbre. Así, lo más revelador y novedoso está en la pureza prístina de las palabras, en sus metáforas vivas, que al fuego de la pasión se transfiguran en plegaria, anatema, augurio, lamento, relato, documento y, como bajo continuo, confesión.
  Cada poema deviene una especie de caligrafía erótica, de poética corporal estética inscrita en el vasto cosmos de la naturaleza, de las palabras y las cosas que acogen, y de manera protagónica, al “alma trémula y sola”, aquella que José Martí configurara de modo magistral en su bailarina española de los Versos Sencillos, tan anclados en la poesía popular hispánica. También su delicado y explosivo registro de la emoción amorosa, una vez más, y no por eso menos original, rinde tributo a Safo en el gesto deseante que la escritura fija y abre a esa sed del otro en movimiento voraz, capaz de transformar el deseo en amor, la muerte en vida, haciendo al sujeto libre y pleno. Unidos erotismo y palabra, escritura y praxis amatoria, resplandece la trayectoria personal ficcionalizada, visión del mundo y mirada interior del yo lírico, sujeto y objeto de una enunciación en la cual se cruzan la palabra poética y la existencia como actos de reinvención humana, de presencia y libertad en la esperanzada espera, que tarda, del tiempo del amor verdadero.  
Aimée G. Bolaños