jueves, 23 de julio de 2015

Salah

SALAH[1]

He imaginado cientos de veces tu llegada mientras contemplo los verdes campos de la mañana. Sentada en silencio permanezco desde tu último beso de despedida, sin saber que aquel fue el último ¡qué fácil salen los besos de llegada y qué arduos los del adiós!, sobre todo los más feroces son los del adiós que no se dan. Sólo me acompañan algunas hormigas que aferradas a su alimento, cruzan, torpemente por su peso, la piedra en la que me hallo sentada esperando tu regreso un día más. 

Con la misma carga que llevan, más grande que su propio cuerpo, así atravesé Europa hasta llegar al país que me dio la vida, mi tierra: Marruecos. Mientras miro las montañas y cierro los ojos con lágrimas, el horizonte se vuelve como lomos de camello. Es cierto que mi peso era más psíquico que otra cosa y sigue siendo más grande que yo. Tenía que huir si no quería ser una víctima más de la violencia callejera y del racismo. Amanecía y dormía con esa palabra: racismo-racismo. Se esculpía en mi mente, todo fue en mi contra, creía o no lo creía, el mundo empezaba a odiarme, era diferente en una tierra de conflictos sin sentido y difícil solución, los rebeldes luchaban por luchar sin una causa que lo justificara, autobuses prendidos, cabinas, escaparates, cajeros... todo ardía de rabia a no sé qué. El Corán me delataba, era mi forma de vida y mi causa de muerte de permanecer allí por más tiempo. Sólo pensaba en huir, escapar, alejarme de los rebeldes, Allah se olvidó de mí.

De pronto diez años eran todo mi equipaje, pero cómo se mete la ternura en un bolso, cartas, pañuelos, dónde se quedaba la persona que me ayudó, cómo se quedaría sin decirle ni tan siquiera adiós. Cómo cerrar el bolso cuando, en realidad, lo único que quería conservar, de todo este mundo, no cabría en él, se fundieron dos guerras, una externa y otra interna, una peligrosa y cruenta, la otra sin derramar sangre me hacía sufrir más. 

Conforme hacía el equipaje veía que todo estaba de más, dejaba lo más importante de mi vida y cuando tienes que huir porque la violencia la oyes desde tu casa nada te pertenece más que la vida. Dejé absolutamente todo, la furia hizo que lo destrozara y lo arrojara por el suelo, no me importaba morir allí mismo, deseaba mi muerte antes que enfrentarme a los grupos que cada vez se oían más cerca, aferrada a la nada corría sin destino, sólo Allah lo sabía y él me guiaba. 

Tantos años han pasado como los que estuve en Europa, ahora mientras contemplo las verdes montañas veo que fue el mismo averno salir con vida que vivir sin él. La vida puede llegar a ser peor que la muerte, sólo me queda para morir vivir un día más, estoy muriéndome con vida. 

En uno de los Hadiz, palabra del profeta, del Profeta Muhammad, se lee, que Dios es más tierno y benevolente que una madre con su hijo, yo fui expulsada de esta benevolencia sin darme una razón. Desde las alturas sólo me queda gritar: ¡Labbaika Allahoma, Labbaika![2]


[1] Oración ritual 
[2] Heme aquí. Oh Dios mío, heme aquí.