jueves, 23 de julio de 2015

Zahorí

Era verano, hacía demasiada calor y todo podía llegar a confundirse, a mezclarse unas ideas con otras como el alquitrán cuando se mezcla con guijarros y llegan a formar algo duro y compacto y de difícil separación. 
Recibí una carta de un remitente casi olvidado, mi mente empezó de nuevo a desarrollar longevas ideas; los sentimientos perdidos establecieron viejos trazos y como células cancerígenas empezaron a regenerarse rápidamente, todo fue posible, se mezcló bueno con malo, hasta el punto de no saber discernir unos de otros. No esperaba nada, en otro tiempo fueron heridas mis entrañas y nada deseaba de esa persona, nada podía esperar, le tenía todo calafateado para que no pudiera acceder a mi interior y hundirme de nuevo como un barco. 
Aquel día estaba abatida por cosas comunes y exorbitantes, paseábamos por el parque y me notaste triste, con la voz más seria del mundo y tu mano en el talle preguntaste: qué me pasaba. Cuando son muchas las preocupaciones siempre se responde, para terminar antes y no preocupar: -que nada-, así hice para no perturbarte, pero sí pasaban cosas, tú lo advertiste, pero no era el momento de gritar en medio de los niños que se balanceaban sin penas en los columpios, qué podrían pensar de las personas mayores. Tenía los sentimientos revueltos y sin clasificar. Tu mano me dio tanta tranquilidad mientras me hablabas que empecé a sentir por ti tanto amor como el que transmitían las cartas, las cuales no quería escuchar, pero no podía ser cierto este afecto ¡no podía!, y no pude rechazarlo, necesitaba ternura y daban igual muchas cosas, avanzaba la conversación y algo más fuerte que mi corazón empezaba a latir en todas direcciones, me atemoricé, encima esa noche partías, no volvería a verte hasta: ¡tal vez Navidad! Tu abrazo, tierno por mi sufrimiento y largo por la despedida se me quedó tatuado para siempre. 
No supe qué hacer por la mañana ni por la noche ni en la semana que pasó, sin darme cuenta pasaron los años, sin darme cuenta.¿Qué hacer? ¿terminar perentoriamente con aquellas cartas?, ¿empezar con nuevas? Sentía el mismo querer por los dos, aunque miento, había sido más fuerte el abrazo, lo tenía en mi cerebro señalado, pasó algo más de una semana y el corazón me ardía como a los cinco minutos de su ausencia, así no podía vivir hasta Navidad. 
Antes de las fiestas hice un nuevo remitente, le conté todo lo que padecí con aquel sello en mi piel y todo lo que no supe decir con: nada (?). Al final mi mente se quedó satisfecha, no cupo una palabra de más, todo era tan sincero que lloré mientras escribía, conforme lo hice fui ordenando y clasificando mis sentimientos, simplemente una carta me acomodó internamente, pero cuánto lloré en ella... 
Todo lo ajustó el tiempo, jamás pensé que la amistad pudiera llevar algo más que amor y más que el sexo, no hubo nada más, sólo el amor a la verdad determinó esa unión. La verdad: lo que nos unió y lo que nunca separará a las personas. 
Te llamé Zahorí para siempre, por ver más allá de los ojos de las personas que sufren.